Crónica del viaje al Sáhara de Rosa Diez, diputada de UPyD.

La diputada Rosa Díez, junto a los hijos de Aminatu Haidar. Foto: EL MUNDO.

No conocía personalmente a Aminatu Haidar aunque, por supuesto, sabía quien era. Toda mi vida he estado muy cerca de la causa saharaui que siempre he considerado como nuestra, la de los demócratas en general y, particularmente, la de los españoles. Los saharauis son nuestros compatriotas. Me gustaría recordar, sobre todo para los más jóvenes, que Sáhara era una provincia española que dejamos al final de la dictadura española, al firmar un acuerdo con Marruecos y Mauritania. Abandonamos la suerte, por tanto, de todos aquellos hombres y mujeres que eran compatriotas nuestros. A partir de ahí, nosotros hemos ido construyendo nuestra propia democracia y ahora somos un país europeo. Ellos no han podido. Lo que tenía una justificación, entre muchas comillas, porque no teníamos democracia y los ciudadanos no podíamos evitar que ocurriera, no tiene justificación ahora ni la ha tenido a lo largo de estos treinta y tantos años en los que hemos pasado de abanderar la solución para un conflicto, que no sólo es político sino también humanitario, al silencio de los últimos años. Un silencio que es cómplice con Marruecos, con los victimarios y absolutamente ajeno al sufrimiento del pueblo saharaui. Por eso, siempre he estado junto a esa causa que es la mía y es la nuestra.

Quise ir a ver a Aminatu Haidar desde que llegó a Lanzarote, pero una gripe que me tuvo en la cama evitó que fuera antes. El primer día que me levanté, tras dar una conferencia en Madrid, cogí un avión para ir a verla. Mientras hablaba con ella, me empezó a contar lo preocupada que estaba por sus hijos, por sus amigos y por la presión que estaba ejerciendo sobre ellos el Gobierno de Marruecos. Al ver la necesidad que ella tenía de ampararlos, se me ocurrió ir a verlos y, de algún modo, darles esa protección a través de la visibilidad, de atraer la atención sobre ellos. Entonces le dije: «¿Qué te parecería que vaya a verles?». A ella se le iluminó la cara, me agarró la mano y me dijo: «Sería estupendo». Pero, inmediatamente, añadió: «No te van a dejar, va a ser imposible. Te van a causar problemas, te van a detener». Yo le dije qué cómo me iban a detener, que soy una diputada española y que lo más que me podía pasar era que no me dejaran entrar. Sin embargo, ella seguía repitiendo que me iba a traer problemas. Y comprendí su reacción, que es la de alguien que vive en el miedo permanente, en una dictadura, el miedo justificado de alguien que conoce el poder represor al que puede ser sometido y que teme, con causa, por todo ello. Desde ese entendimiento, le dije que no se preocupara, que sólo me dijera si ella quería que lo hiciera. Del resto, ya nos ocupábamos nosotros y su gente. Y Aminatu dijo sí, con el rostro nuevamente iluminado.

Aminatu transmite fortaleza y calma, es la sensación que siempre transmiten las grandes mujeres -he conocido algunas así en el País Vasco-. Mujeres que están por encima, que saben lo que tienen que hacer y piensan en los demás, en quienes se van a beneficiar de su lucha. La debilidad física que se puede percibir a primera vista en Aminetu se copmpensa con esa fuerza interior que transmite. Y luego ella es tan amable, tan educada, tan dulce y gozoa, que decimos allí. Ayer, por ejemplo, que hablé con ella un par de veces por la tarde desde El Aaiún, cada vez que terminábamos la conversación me despedía a mí cariñosamente y siempre, en cada una de ellas, me daba besos fuertes y saludos para las dos personas que me han acompañado en el viaje: Maica, mi jefa de prensa, y Jesús Prieto, otro diputado de UPyD. Siempre se acordaba. Y son esos detalles los que te dan la dimensión humana de las personas.

Camino a El Aaiún

«Su reacción e es la de alguien que vive en una dictadura, en el miedo permanente y justificado»


Comenzamos a organizar el viaje a El Aaiún. Entonces no lo sabía con certeza, pero todo lo que ha ocurrido ha demostrado lo importante que era ir. Para empezar, el mismo miércoles, llamé a mi marido desde Lanzarote para que me mandara el pasaporte a Madrid y anulé un viaje a Málaga el viernes para recoger un premio de la Asociación Unificada de Guardias Civiles (AUGC). Ya en Madrid, el jueves, intentamos comprar las reservas de nuestros billetes para el viernes pero, o bien se nos caían las de ida o bien las de vuelta… Comprarlas se estaba convirtiendo en una tarea imposible, pero no pensamos nada raro hasta que el sábado nos volvió a ocurrir lo mismo. Las entradas aparecían reservadas y luego desaparecían misteriosamente. La agencia cerraba, las reservas desparecían de la pantalla… Así hasta la madrugada del sábado en que, finalmente, conseguimos los billetes. Con todo ese proceso, me di cuenta de que Marruecos no necesita estar presionando constantemente a las compañías que vuelan al Sáhara, la gente se pone la venda antes de tener la herida. Es más que evidente que se autocensuran. No quieren tener problemas.

Cuando salimos de Lanzarote, me dijeron que Aminatu quería escribir unas líneas a sus hijos para que se las llevara. A partir de ahí todo su entorno me dicen: «No te van a dejar entrar. Ni siquiera vas a coger el vuelo. Ya verás como se caen las plazas». Primero íbamos con la incertidumbre. Luego nos decían que no íbamos a poder pasar la frontera. Pasito a pasito, fuimos haciendo el camino. Al llegar a El Aaiún, los policías estaban diseminados como setas. Unos de paisano, otros de uniformes. Todos muy evidentes. Nos pusimos en la cola, nos preguntaron quiénes éramos y si éramos periodistas, a lo que contestamos que no. Y al fin, lo conseguimos: ¡Pasamos!

Lo primero que hicimos fue llamar al padre de los hijos de Aminatu Haidar, Hayat y Mohamed, de 15 y 13 años, para ir a verlos. Sólo puedo describir el momento en que nos encontramos al fin como emocionante. Sentí cómo se me encogía el corazón y, al mismo tiempo, mucha alegría. Les dije que aunque estaba segura de que ellos ya lo sabían, su madre es una mujer estupenda que está haciendo algo increíble y que las cosas que ella hace son para que ellos no las tengan que hacer de mayores, para que sean libres y tengan sus derechos. Les pedí que no lo olvidaran nunca y, lo más importante, les recordé que no están solos, que les queremos. Que les queremos mucho y a su madre también. Era lo que su madre me había pedido. También me pidió que les besara y les abrazara. Es curioso porque los niños, lo único que me pidieron fue que besará a su Mamá cuando la volviera a ver.

Hayat, la niña, es alta y muy guapa. Dicen que es muy parecida a Aminatu, y es cierto, es muy entera, fuerte y con convicciones. Ella cogió la carta y la leía dulce pero firmemente junto a su hermano Mohamed, que además de más pequeño es más sensible y débil de carácter. No podía evitar echarse a llorar. Luego, cuando lo hablaba con Aminatu, ella me dijo que él era el más tierno, más sensiblero. Por su parte, el padre está soportando muchas presiones y, probablemente, por haberme recibido sufrirá alguna más.

Rosa Díez, antes de partir al Sáhara. FOTO:EL MUNDO

Visitantes ingratos

Mientras estábamos allí aparecieron varios tipos vestidos de negro que no habían sido invitados. La casa estaba llena de familiares y esta gente extraña llamaba la atención. Decían que eran periodistas marroquíes; un periodista francés dijo que eran del Gobierno. Les dije que no iba a atenderles porque aquella era una visita humanitaria, no política, y cuando me puse mis zapatillas para irme, la familia de Aminatu dijo que no, que yo era la invitada y que quienes se tenía que ir eran ellos. Aún así, permanecieron en la puerta, con sus cámaras, intentando grabar y hacer fotos.

Tras nuestra visita a la familia de Aminatu, me dirigí a casa de mi amiga la activista saharaui Djimi El Ghalia, vicepresidenta de la Asociación Saharaui de Violaciones de Derechos Humanos en el Sáhara Occidental. Allí, estábamos charlando y tomando unos frutos secos, cuando llegó una vecina, aparentemente a coger agua de una fuente. Mi amiga y ella compartieron unas sonrisas y algunas palabras. En realidad, aquella mujer venía a avisar: La policía estaba de camino. «Son nuestras señas», me dijo mi amiga. Así es como se ayuda un pueblo absolutamente vigilado todo el tiempo. No un día, sino todos los días de su vida y sin haber hecho nada malo, más que reivindicar el respeto a sus derechos. Al cabo de un rato, efectivamente, era la policía. Me pedían que saliera para echarme. Unos doce policías estaban esperándome. «Usted no tiene permiso para visitar a esta familia», me espetaron. «¿Permiso de quién?», pregunté yo. «Pues del Gobierno, hay una oficina encargada de dar esos permisos», fue la respuesta. Yo ya me sabía la historia, pero empecé a hacerle la reflexión. «¿Cómo una oficina para dar permisos para que veas a tus amigos? ¿Esto no es Marruecos? Yo he estado en Casablanca, en Marraquech y nadie me ha pedido permiso para ir a ver a mis amigos, lo he hecho con libertad». Mientras yo decía esto, el policía, cada vez más impaciente, sólo repetía. «Permiso, aquí hace falta permiso… No empecemos, no empecemos. Permiso o marcharse». Diálogo imposible, pues.

Les dije que aunque estaba segura de que ellos ya lo sabían, su madre es una mujer estupenda que está haciendo algo increíble


Entramos nos calzamos otra vez y nos marchamos. No se trataba de causarles problemas complementarios a nuestros amigos. Para entrar en casa de los saharauis si eres extranjero tienes que pedir permiso al gobierno marroquí, al mismo con el que España está firmando un convenio de cooperación reforzada como si se tratara de un país europeo, de un estado democrático. Y no lo es. De allí salimos a la carretera, los tres, a buscar un taxi. Nos seguían policías, una vez más, algunos de paisano, otros de uniforme, la mayoría escondiéndose en las sombras, pues ya había atardecido. Los transeúntes nos advertían, sin pararse: «tened cuidado con el de la moto, con el del turbante…». Aquello era como una película mala de espías, sólo que realidad pura. Un pueblo entero protegiéndose. Allí ya cogimos un taxi y pusimos rumbo al hotel, con un convencimiento firme, habíamos hecho bien en ir. Hay que hacerlo, hay que dar testimonio y apoyo.

Una batalla pendiente

Ella está convencida de que esta batalla la tiene que ganar y yo estoy convencida de que no la podemos perder, así que como no perder la batalla es no perderla a ella o viceversa, la única manera de salvar su vida es salvar la batalla. Ningún país del mundo es capaz de sobrevivir por sí solo, ninguno. Si Estados Unidos y la Unión Europea ejercen la suficiente presión internacional, Marruecos cederá. Y ceder ahora significaría dejar a Aminatu regresar a su casa. Por supuesto, luego hay una situación política que se produce desde hace 34 años que hay que solucionar. La grandeza del gesto de Aminatu es haber conseguido mostrar la realidad, llamar la atención sobre el drama que viven los saharauis, un drama olvidado porque ya apenas sale en los medios, en los informativos… Ella ha hecho que todo el mundo mire de frente este problema a través de ella y de su sufrimiento.

No voy a ser capaz de olvidar esa rueda de prensa que dio el Ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, en la que echaba la bronca a Aminatu y no al reino de Marruecos


La actuación del gobierno español, al acoger a Aminatu Haidar de forma fraudulenta, en contra de su voluntad y del derecho internacional, si España no se hubiera prestrado a esto, ella no hubiera podido ser expulsada de El Aaiún. Nuestro gobierno demostró ahí una enorme irresponsabilidad y a partir de ahí han cometido muchos errores. Primero de carácter político, sí, pero también humanitario y ético. No voy a ser capaz de olvidar esa rueda de prensa que dio el Ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, en la que echaba la bronca a Aminatu y no al reino de Marruecos. Pasaron de estar de parte de ese país a, cuando arreció la presión internacional, quererse quedar en medio, como si ello fuera posible, como si ello fuera justo.

Cuando alguien se queda en medio entre la víctima y el victimario, en realidad está con el verdugo. Así de claro. Lo que debemos de hacer es presionar. Primero, a nuestro gobierno para que presione al gobierno de Marruecos y a la Unión Europea. Y para presionar, lo primero que tenemos que hacer es congelar el acuerdo bilateral entre el país alauita con la Unión Europea. Yo lo voy a pedir esta misma semana, que congelen su firma. Además, vamos a presentar una enmienda pidiendo que se bloquee esta firma hasta que no se solucione esta cuestión. Y segundo, que se saque de la agenda de la Presidencia una reunión bilateral que había prevista entre Marruecos y la Unión Europea para los días 7 y 8 de marzo en Granada. Y mientras no se resuelva esta cuestión, no tratemos a Marruecos como si fuera un país europeo, más porque no lo es. Lo que ha pasado con los saharauis estos 34 años es una vergüenza y el caso de Aminatu Haidar me parece la expresión de esa vergüenza, de la falta de dignidad de la comunidad democrática y de hasta qué punto Europa la hemos construido para promover estos negocios y no los derechos humanos y la democracia. Me parece una vergüenza y una enorme cobardía lo que hemos hecho y no hemos sido capaces de resolver. Pero a la vez, esta mujer muestra lo mejor del ser humano, su valentía. Pero ahora, lo primero, es ganar esta batalla, que Aminatu vuelva a casa.

Testimonio recogido por Paka Díaz.

Este post es copia del original publicado en EL MUNDO, del suplemento YO DONA y que se puede acceder en el siguiente enlace:  http://www.elmundo.es/yodona/2009/12/14/actualidad/1260803076.html

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